El enfoque sistémico ...

concibe al ser humano como un sistema en constante interacción con otros sistemas de relación, de los que forma parte y sobre los que influye y le influyen.

Tiene en cuenta esta influencia mutua entre el individuo y los distintos sistemas de los que forma parte cuando evalúa e interviene sobre los problemas que generan malestar en la vida de las personas y los contextos en los que se manifiestan: familia de origen, familia creada, pareja, escuela, amigos, contexto laboral...

La comprensión de estas interrelaciones y su contribución a la aparición del problema, así como la aplicación de los diferentes modelos de intervención derivados del paradigma sistémico, tiene como resultado un nuevo modo de pensar y actuar para la práctica profesional de quienes intervienen en los ámbitos de la salud, la educación, los servicios sociales, la justicia o la psicoterapia

martes, 18 de junio de 2013

¿QUÉ ES LA FAMILIA?

Humberto Maturana la define así:

La familia es una convivencia en el placer de hacer juntos los haceres del vivir cotidiano, sea lo que quiera que fuere.

Cuando eso no pasa, la familia se desarma y cuando uno quiere recuperarla, lo que quiere es esto: recuperar el placer de hacer juntos.

Maturana nos cuenta también que convivir es un fluir en un entrelazamiento de emociones y haceres juntos, de modo que lo que ocurre con uno no es indiferente de lo que ocurre con otro y este entrelazamiento se realiza a través del conversar y, a su vez, define conversar como dar vueltas juntos en las coordinaciones de haceres consensuales del convivir.

Nos puede parecer complejo, y de hecho lo es, pero para mi ha sido muy gratificante encontrar en la definición de la familia el elemento base generador de los conflictos por los que las personas acuden a consulta: el placer de hacer juntos, cuando ese placer se pierde, surge el conflicto, la guerra, el dolor, la patología y la familia se desarma.

Este placer de hacer juntos los haceres del vivir cotidiano es lo que compartimos con los amigos, socios, vecinos, incluso compañeros de trabajo, cuando damos un paseo, tomamos un café, pedimos un consejo, organizamos un evento o nos vamos de compras, pero es de lo que, desde hace unas décadas, nos olvidamos cuando de las tareas familiares cotidianas y de nuestra pareja, hijos, padres o hermanos, se trata.

El conversar, ese dar vueltas juntos en las coordinaciones de haceres consensuales del convivir, se está perdiendo en las familias, transformándose en violentas discusiones y luchas de poder y género, por intentar llevar la razón, por ser más que el otro, o por lo menos no ser menos. Asistimos así, a una dificultad en las negociaciones, a un aumento de la evitación, delegación y huida de los problemas como forma de resolverlos, al aumento de la sensación de soledad a la hora de afrontarlos.

La tecnología, que es tan valiosa para muchas cosas, el estrés del tiempo, la necesidad de tener más: más dinero, más libertad, más amigos, más espacio personal, más..., más..., paradójicamente nos está llevando a tener menos: menos tiempo para conversar y compartir, menos capacidad para disfrutar del placer de hacer juntos los haceres del vivir cotidiano, menos habilidad para negociar, menos ayuda para resolver los problemas cotidianos. ¿Por qué? Porque nos olvidamos de conversar en la familia para coordinarnos en los haceres consensuales del convivir y disfrutar de ello, que es donde radica el elemento diferenciador entre una familia feliz o desdichada.

Estamos inmersos en la cultura de la queja, de la crítica al otro, del victimismo y el individualismo, en una incesante búsqueda de reconocimiento propio, y se nos olvida el valor del otro y del grupo familiar.

Vivir significa resolver problemas, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, desde los más sencillos, hasta los más complejos, de los individuales a los sociales o comunitarios. El que no tiene problemas, simplemente está muerto, los demás... estamos vivos.

Si la vida es una constante resolución de problemas, estemos en el grupo que estemos, pero  especialmente en la familia, por lo menos vivamos disfrutando del placer de hacerlo juntos y poder enseñarlo a nuestros pequeños, incorporándolos a esos haceres cotidianos del convivir en familia, y no expulsándolos a la terrible tarea de esperar a que los adultos acaben para poder "estar" con ellos.

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